A tientas

Posted on 6 Septiembre 2009

Había quedado detrás de la plaza, justo donde nadie solía pasar porque estaba la salida de los cines porno, y la posibilidad de encontrarse con algún teórico en la materia con ganas de prácticas sexuales tenía un porcentaje demasiado elevado.

La premonición de esta hipótesis tan contundente aumentaba a medida de que las agujas del reloj se acercaban a la media noche… Por suerte para nosotras dos eran sólo las nueve de la noche, y era pronto para que los salidos y sádicos hubieran escapado de sus casas con las máscaras de Richard Gueres frustrados con su familia actual, y que por conocer a una mujer más íntimamente dilapidarían toda su vida, y hasta cambiarían sus formas más toscas por las mezquindades más macabras que se nos pudieran ocurrir; y todo esto, para que luego te des cuenta de que lo que llevaba el príncipe de tus sueños, no era una máscara de un disfraz veneciano, sino una careta de un personaje de Disney, que ocultaba que se le estuviera cayendo la baba como si fuera un caracol que tuviera erecciones por la boca.

Olvidando el tema, en cuanto ella llegó nos pusimos en ruta, y confesé a mi compañera de reparto que la razón de mi continua y ridícula sonrisa, no era porque estuviera orgullosa de mis dientes; le revelé que mi estado de ánimo se explicaba por mi próximo encuentro con Marcelo. El Director de la obra nos había reunido a los principales personajes porque quería perfeccionar unas cuantas escenas; entre ellas, las del beso y la metida de mano con el amor de mi vida.

  • ¡Pero, qué inocente eres! Ese chico sí que es profesional… te besa a ti igual que lo haría a un kilo de anacardos… ¡No está coladito por ti! ¡Vete cambiando la perspectiva, guapa! -, exclamó Adriana en un ataque de sinceridad.

Fue una tontería decírselo. En fin, me pasé todo el camino al teatro, pensando que a ella también le gustaba Marcelo, y que no había hecho otra cosa que destaparme ante el mismísimo diablo.

Hasta estar con los demás, trivialicé con que si el tiempo no era el típico de Octubre, y de si en verano prefería el monte a la playa, y con todo el panegírico de las conversaciones representativas para un ascensor…

Así que luego fuimos entrando al teatro por la parte trasera, conjeturando yo por qué Adriana se había quedado charloteando con Marcelo a diez pasos, mientras tenía <<yo>>, un diálogo de besugos con el otro actor que era como el feo de los hermanos Calatrava, entre las miradas cómplices del Técnico de Sonido, y el Director y Productor de la obra, que íbamos a ensayar.

  • ¡Muy bien, chicos! ¡Basta ya de coloquios vanos y frívolos! Nos vamos a poner ya con la tercera escena, va a haber unos cambios con la acción del beso entre los protagonistas… ¡Al escenario Susana y Marcelo! -, requirió el Director desde el patio de butacas.

Enseguida me presenté allí en medio con Marcelo. Fueron unas milésimas de segundo, pero creo que recé todo lo que me sabía para que no se le hubiera ocurrido cambiar los papeles o algo así. Sólo de pensar en los carnosos labios de Marcelo, cien mariposas gigantes de las de la Selva Amazónica revoloteaban histéricas por todo mi estómago, y los pelillos del brazo se me ponían tan tiesos como a los del niño del “Sexto Sentido” cuando veía a un muerto, igualitico, igualitico.

  • ¿Pasa algo con el beso? ¿No hay suficiente pasión? Siempre le digo a Susana que se relaje, que todo tiene que ser más natural… – sugirió el Marcelo más pedante y perfeccionista.

Me estaba sintiendo mal, como si éste me echara la culpa de todo, pero es que es difícil aflojarse y bajar la guardia cuando tenías en tus brazos a un chico así. En fin, si quería lujuria y pasión la iba a tener…

  • No es eso, no, Marcelo. Es el Guionista, que ayer me propuso esto para darle a la obra posmodernidad y vanguardismo: que no abriéramos el acto no con un lánguido y soporífero beso, sino con una decadente, libidinosa y lúbrica orgía.

Se me cayó el mundo encima… No salían de mi boca las réplicas a esa funesta idea…

El Director argumentó que aunque no estaban todos los de la obra, quería ensayarlo primero para comprobar cómo quedaría la borrachera carnal entre los principales personajes de la obra.

A Marcelo se le veía dispuesto, así que no me quedaba otra que salir de allí muy dignamente sin tener que sufrir como mi supuesto chico se magreaba con todos los de reparto, o bajar la cabeza y aceptar cualquier cosa con tal de recibir uno de sus esperados besos. Me incliné por lo segundo, pese a que luego quizá me arrepentiría; y casi antes de que me diera cuenta, me encontré con Adriana con el culo en pompa y metiéndole la lengua a Marcelo hasta el esternón, a la vez que estaba embutiendo la mano por la bragueta del pantalón del chico sin más demora.

– ¡Qué loba la Adriana esta! ¡Y parecía medio lela! – alucinaba yo, sin saber por dónde entrar a la escena… tampoco me estaba apeteciendo, y permanecía allí sola como si me hubiera tragado una estaca.

Me pareció muy raro que el Director no me dijera nada sobre mi ineptitud, y lo busqué entre los asientos, desde donde se atribuía que nos observaría, pero no estaba. Podía haber ido al baño, o a refrescarse al bar del teatro… No era propio de él, eso de haberse ido sin avisar antes.

  • ¡Chicos… chicos, parad un momento! ¡El Director no está! Es raro… -.

  • ¡¿Qué dices, Susana?! ¡No seas tonta y sigamos con esto! -, exclamó Adriana, quitándose la blusa para que todos pudieran ver mejor sus protuberantes y perfectos pechos encorsetados en un sujetador de la cien.

  • Será mejor sin testigos, Susana… ¿Por qué no te acercas? – sugirió el feo completamente empalmado ya con los jueguecitos de Adriana en su pantalón estaba ya bastante… ¿hinchado?

Empezaba a repugnarme el seguir presenciando toda esa patraña que había comenzado como una obligación, y estaba degenerando ya en “un menasatrua” en el que yo, aunque quisiera incluirme, no tendría ni opción de tocar a Marcelo.

Me fui enfadada hasta detrás de bastidores con la intención de borrar de mi mente aquella foto de depravación y exclusión. No pasaron ni tres minutos cuando Marcelo vino a pedirme perdón generalizado por la falta de tacto de todos:

  • Tenías razón en que el Director ha desaparecido; el de Sonido también… Yo mismo he ido a buscarles y ni rastro de ellos -.

  • Ya… ¡pues lo tuyo sí que ha sido rapidez si además de eso, has terminado de follarte a la guarra ésa que yo creía mi amiga! -, solté a lágrima viva.

Hubiera salido corriendo si no me tuviera apresado por los brazos. Negaba que eso hubiera pasado, pero me dejó creerlo durante más tiempo del que pudiera aguantar, y no era capaz de mirarle a los ojos ya.

Le invité a que saliera y me dejara sola con mis pensamientos, pero en lugar de eso, fijó sus ojos azules en los míos, se acercó lentamente, y fundió sus labios con los míos en un suave y aterciopelado beso; convirtiéndose después en otros más salvajes y primitivos que me confirmarían que él me buscaba, de la misma forma que yo a él.

Estaba sentada en lo alto de un baúl, pero con los abundantes envites amatorios de Marcelo, corríamos el riesgo de perder el equilibrio, y caer al suelo. Decidió auparme y volcarme luego en un colchón viejo, que debía ser de los actores que la semana pasada habían estado interpretando el David Copperfield de Dickens, para desplomarse encima de mí, sin hacer demasiado ruido para que nadie se diera cuenta de nuestra travesura sin reflexionar.

Pude sentir el ardor de su sexo entre mis piernas, aunque Marcelo me quería entera para él, no sólo de cintura para abajo… Fue entonces cuando se entretuvo lamiendo mis pechos y gozando de mis excitados y provocados pezones, actividad que sólo dejó para colar su lengua por mi hendidura más privada.

Apenas podía mitigar mis exclamaciones de placer, pero no creí que fuera de bambalinas me hubieran escuchado, hasta que oí la ronca voz de Adriana llamando a Marcelo…

  • ¡Marcelo, se han ido todos! ¡Pero, yo creo que podríamos seguir ensayando tú y yo! ¿Marcelo, dónde estás? ¿Marcelo? -.

Frenamos en seco. Yo quería continuar, pero Marcelo no podía concentrarse… Tras arreglarse la ropa y decirme que volvería en cuanto hubiera convencido a la otra para que se fuera, salió al escenario haciendo el papel de su vida, con tal de que Adriana no se enterase de que su elegido llevaba el sabor de mi vagina en su boca.

Mientras, yo esperaba ilusionada la vuelta de Marcelo, tendida en el colchón y probando la mejor postura para recibirle. Me pareció escuchar ruidos extraños, como si hubiera una pelea en el exterior o algo; no obstante, me relajé todo lo que pude pensando en el golpe de gracia que el chico tenía que darme.

Tardaba más de la cuenta, y me senté, un poco enojada. Cuando ya casi ni le esperaba, entró al habitáculo sigilosamente por la parte de atrás, y me tapó los ojos con una venda… Quise reclamarle su demora, pero sus dedos comenzaron a juguetear en mis labios, para luego dar paso a mi boca, en la que los dientes no representarían ningún obstáculo, ya que la abría y le chupaba pícara para que él pudiera después introducir su pene en mi expectante boca.

Entonces, me invadió una sensación rara… Como si ese pene no fuera el de Marcelo; era mucho más grande que el que yo previamente había palpado por encima del pantalón, pero con la venda bien apretada no era capaz de estar segura. Durante toda la felación, no hacía más que llevarme la cabeza cadenciosamente de su miembro hacia fuera como si fuera un nuevo baile de salón, pero en esos minutos no dijo ni una palabra; sólo su respiración acompasada terminó con un resoplido de éxtasis y placer al correrse en mi boca.

No podía aguantar más, y me quité la cinta para comprobar si era otro… No me equivocaba, era un hombre de unos cuarenta años, que cuando vio que lo había descubierto se encolerizó, y me ordenó que me pusiera a cuatro patas.

Zanjé hacer entonces como si la situación me estuviera excitando e hice lo que aquél me estaba pidiendo, y cuando más ocupado estaba buscando cómo penetrarme hice balance de una película que había visto hace tiempo, y le di un tremendo codazo en las tripas, a la vez que le coceaba el hígado y el esternón al sorprendido agresor.

De esta forma, salí a toda prisa casi como Dios me trajo al mundo, por la puerta que daba paso a los camerinos. Me angustié aún más al recapacitar en que enseguida se recuperaría, y con la intención de esconderme, pasé a un camerino de los que no tenían la puerta cerrada.

Tras atravesarla, me apoyé en ella y suspiré… para abrir los ojos luego, y volver al centro de la pesadilla… En frente de mí, y amontonados uno sobre otro, estaban los cadáveres del chico que antes había intentado coquetear conmigo, el de Marcelo y el del desaparecido Técnico de Sonido. Como pude, me resistí a gritar, cotejando que el asesino podría ubicarme si lo hacía, sin embargo me eché a temblar cuando el de Sonido se apartó de los otros muertos, dejando a la vista un reguero de sangre, y arrastrándose se acercó hasta mí, pidiendo ayuda.

  • Por favor, no te vayas… ¡No te vayas! ¡Tienes que ayudarme a salir de aquí! El asesino no tardará en dar con nosotros -.

  • Pero, ¿qué es lo que quiere? ¿Quién es? -, pregunté histérica.

  • No sé quién es; no le he visto en mi vida… Sólo sé que no mata a sus víctimas, nos deja desangrarnos hasta que morimos… de los tres yo soy el único que aún sigue vivo… Y no sé qué habrá pasado con el Director, le estuvo torturando para que le dijera dónde había escondido su caja fuerte, debe tener una gran suma de dinero allí… Y al no funcionar, nos secuestraba a todos uno por uno para matarnos y ver si decía algo… -, explicó escupiendo sangre al lado de mis pies.

No podía creer lo que estaba sucediendo. Levanté como pude al de Sonido y le ayudé a caminar… Salimos sigilosos del camerino, y dimos pronto con la puerta trasera.

Le dejé entre unos cartones, y volví a entrar al teatro…

  • Creo que sé dónde está la caja. Ahora vuelvo -, manifesté con altivez.

Rápidamente, entré otra vez por los pasillos de los camerinos, recordando que mientras había estado con Marcelo entre los bastidores, había visto algo parecido a un cajón que sobresalía del baúl, que presenció mi cuarto de hora más lascivo y torpe.

Al llegar, busqué un interruptor, pero no di con él; así que desistí de la búsqueda, y a tientas encontré la caja en aquel pesado baúl.

Corrí, dispuesta a salir de allí, y ver lo que contenía la caja… Concentrada estaba en mis pesquisas, cuando me di de bruces con alguien: era Adriana, que se quejó bastamente y me miró con un odio visceral, que me hizo tragar saliva antes de preguntarle qué hacía allí.

  • ¿Tú qué crees, Susanita? Vas a darme la caja del Director… ¿No vas a hacerme enfadar, verdad? -.

En ese momento llegó su compinche, el mismo que antes aprovechó que tenía los ojos vendados para que le arreglara los bajos, y por sugerencia de ésta, le dio el cuchillo ensangrentado con el que habían matado a todos.

  • Si al final me vas a entregar la caja del Director, ¿verdad? Si me vas a servir para algo más que para calentar la bragueta de ese inocente de Marcelo… A propósito, le clavé el cuchillo en el pulmón cuando iba a buscarte, pero lo último que escribió en el suelo con su propia sangre fue mi nombre; así que lo siento por ti… Su último recuerdo fue para mí… o ¡qué caramba! No lo siento nada para ser sinceras,- rezongó Adriana.

Al parecer, Adriana tenía ganas de jugar conmigo y se me acercó furiosa con la intención de meterme el cuchillo hasta lo más profundo. Cuando menos lo esperaba, le cogí de la muñeca y se la retorcí.

  • ¿Te hago daño? -, ironicé, orgullosa de casi salir del paso.

Su compañero quiso ayudarla, pero herida en su orgullo, rechazó el auxilio que le ofrecía, y le advirtió que se esfumara. Entonces, ella me golpeó fuertemente con la otra mano que le quedaba libre, y me desplomé en el suelo lejos de donde había caído el cuchillo.

Antes de que pudiera darme cuenta, Adriana ya lo había recogido, y se reía como una loca con los rizos derrumbándosele por la cara, mientras empuñaba el arma… Esperaba ya lo peor, cuando sorprendentemente comprobé que ella misma se clavaba el cuchillo en un lateral de su cuerpo.

  • Son efectos colaterales, Susanita… Nada que no se pueda remediar… -.

El otro asesino la recogió en sus brazos. Yo no entendía hasta que vi lo que ella debió ver antes…

La policía se aproximaba sigilosa por el pasillo de los camerinos, y vieron lo contrario de lo que tenían que haber pensado… Encontraron a Adriana desangrándose, y a su chico gimoteando a su lado… En frente, yo con la caja del dinero, levantada ya y dispuesta a largarme. Todo indicaba a que yo era la homicida que había atentado contra Adriana, cuando había intentado defender los caudales del asesinado, seguramente por mí, Director… Era lo más fácil creer esto…

No pude arrancar de mi sitio; era como si un yunque apresara mis piernas… Un guardia se aproximó con unas esposas, que era como si llevaran mi nombre grabado.

————————–

PILAR ANA TOLOSANA ARTOLA

Categories: Textos

Leave a Reply