Banguardia
Solo Otro blog mas sobre comics, dibujicos y demás zarandajas . Aprovechate y traenos unas viandas!La dama del bosque
Posted on15 Marzo 2010En los relatos más antiguos de pastores del siglo pasado en el centro de Europa, eran constantes las apariciones de aquella dama que caminaba a través de las aguas del lago, que entre la niebla del bosque contemplaba sentada en unas rocas, cómo las hojas de aquellos desguarnecidos árboles caían por todo ese paraje otoñal…
Era una “chica” joven de delicada figura y rasgos finísimos, que llevaba un vestido blanco hasta los pies, de mangas anchas y vaporosas, que la hacían competir con la beldad de unas alas de mariposa. Su bruna melena al viento caía sobre su espalda y la abrigaba del pasmoso viento huracanado de las leyendas.
Los del pueblo cercano ni atravesaban la arboleda por no encontrarla, salvo un niño perdido que no corrió al verla y se sentó a escucharla: le contó que era una escritora, pero que los hombres se habían reído de ella, y las mujeres la habían tachado de fresca y casquivana, por contar en sus narraciones de sus relaciones más íntimas, de sus secretos sentimentales más arraigados, y de sus pecados más indecorosos…
– No te vayas, por favor. Sólo necesito a alguien que me escuche -, confesó la mujer, mientras se acercaba al niño.
Reteniendo sus deseos de marcharse, el pequeño abrió sus ojos, expectante, y notó cómo le temblaban las manos. Tenía a la muchacha ya al lado, que le miraba tranquilamente.
Si, como las gentes advertían que sucedería si se topaba con ella, en cualquier momento se convertiría en una bruja arrugada de cientos de años, decidió que la dejaría abandonada entre los álamos. Sin embargo, nunca envejeció y como se había prometido que haría, de ningún modo renunció a ella porque ni su piel tersa se amargó, ni sus historias sempiternas sucumbían.
Pero, él se sentía más alto cada vez, y su cuerpo todavía sin hacer había constatado ya formas y modos de adulto. Llegó el día en el que se sintió tan incómodo con sus cambios, que quiso recuperar la vida y ver lo que ésta le ofrecía… se fue del bosque…
Entonces, aunque le prometió a la dama que volvería, ella sabía que sus palabras pronto serían tentadas con las pasiones, las ilusiones, y las esperanzas de la vida; y cada noche, lloraba una soledad imperecedera, que se creía buscada por haber robado su infancia.
A la vez que ella se iba borrando de la realidad, él viajó por todo el mundo y vivió mil aventuras, que atesoraría en su corazón. Aunque nunca pudo olvidar totalmente su pacto de que regresaría al bosque para seguir escuchando a la dama, y así no dejar jamás que se apagara su voz…
Cuando todo se acababa ya y resultó ser un anciano, recordó que en el viejo bosque había alguien que se sentía tan sola como él, y fue hasta allí sofocado. No la encontró en ninguno de los días que le quedaban, e hizo lo único que se le ocurrió imaginar…
Editó sus poemas y redacciones en unas Grandes Colecciones de Literatura, y desde ese instante, ella que estaba en el Purgatorio, abandonó el mundo de sus oscuras sombras, materializándose sólo en cuentos e historias novelescas en las que puede mostrarse triunfadora y plenamente feliz y agradecida, desde donde hoy esté.
PILAR ANA TOLOSANA ARTOLA
Tatuaje
Posted on31 Diciembre 2009Tatuaje
Cuando era adolescente pensaba que un tatuaje me daría un toque de distinción entre los demás chicos de mi edad. El dragón que elegí para plasmarme en la piel no ocupaba más de un palmo, siempre intrigado por si el dolor sería más soportable si me lo hacían en menos tiempo. Sin embargo, con lo que no contaba, era con increíbles leyendas que anunciaban que el espíritu del tatuaje podía poseerte. Me parecía ingenuo darle este poder sobrenatural a la tinta de un dibujo; hasta que, pasados unos años, comencé a tener visiones extrañas en las que sobrevolaba palacios irlandeses, y al vuelo, raptaba princesas rosas de cuento, que siempre amenazaban con que un valeroso y gentil caballero las iba a salvar de mis garras.
Uno de esos días en que la luz del sol resultó ser más insoportable que nunca al levantarme de la cama, sentí que mis manos estaban húmedas; a la vez que me las frotaba, abrí realmente mis ojos y me di cuenta que estaban cubiertas de sangre, al igual que el resto de mi cuerpo desnudo. Al cotejarme tanteándome piernas, espalda, torso, brazos y cabeza, me cercioré de que yo no estaba herido y de que aquella sangre no era la mía.
No quería recordar nada de lo que hubiese pasado en esa noche de tormento, no obstante no pude evitar mirar hacia atrás y constatar que de las sábanas salía un reguero de sangre roja como el carmín, donde sin duda se originaba mi pesadilla real. Las sábanas se amontonaban en uno de los laterales de la cama… ¿Quizá hubiera alguien allí tapado?
Estaba temblando, y sin alejarme de la pared como si ésta me protegiera, me dejé resbalar hasta el picaporte de la puerta. Salí a toda prisa de la habitación, llorando y gimiendo como si fuera un niño chico; al llegar a la cocina, después de despejarme lavándome la cara con agua fresca, me serví dos o tres vasos de agua helada y me relajé un poco en una de las sillas.
Cuando me pareció que me había serenado, volví por el pasillo negándome lo que había visto, achinando los ojos como si así estuviera más alerta y entreabriendo la boca por si me faltaba el aire para respirar… El montículo de las sábanas seguía allí intacto…
Me armé de valor y me acerqué. Me senté en la cama, y mordiéndome los labios, tiré de una de las puntas de la sábana y… descubrí el cuerpo de una joven muchacha sin vida, a la que parecía que alguien le había arrancado el corazón. Estaba sentada, recostada en unos cuantos cojines que la mantenían erguida, y entre sus cabellos largos y rubios, el agujero de su pecho hacía certera su gran pérdida.
Asimismo, escapé dando tumbos del cuarto, pero tuve que entrar en el baño para vomitar. Después, encendí la luz y tiré de la cadena…
Me pareció que había algo en el interior de la bañera, y para ver mejor lo que era me puse en cuclillas… Todavía estaba caliente… todavía latía… Era el corazón de la joven… Pero por fin he comprendido que mi tatuaje soy yo… Y el dragón que antes era pequeño, iba creciendo hasta que pudiera reclamar su mente y su cuerpo.
Habían pasado ya tres tercios de mi vida, y mi piel avejentada no era la que por mi edad correspondía, era una especie de armadura de escamas y membranas carenadas… Además mi voz cada vez era más ronca y gutural…
PILAR ANA TOLOSANA ARTOLA
Susurros en la noche
Posted on19 Octubre 2009No ha pasado ni un día desde que tuve esa extraña sensacion , como un comezón que no podia despegar de mi cabeza. Sentia como si alguien estuviera oliendome la nuca, notaba esa suave brisa al respirar , más yo me giraba de repente y nadie soplaba. Era cierto que ese lugar no era el adecuado para caminar ni tampoco la hora. Podria ser escenario de cualquiera de esas peliculas de terror, que tantas veces habiamos visto en el viejo cine-teatro del barrio. Derruido y como un solar, listo y preparado para la especulación inmobiliaria , posiblemente monten el Megacirco de Centro comercial.
El frio paralizaba mis extremidades y la claridad de la farola no daba suficiente para iluminar toda la calle.
Percibía algunas formas humanas a pesar de mi nula vision nocturna.Una banda de indeseables que anhelaban mi nuevo rolex chapado en oro, o tal vez mi gabán negro oscuro.
Escuchaba aquellos ensorcedores sonidos de los coches dos calles atrás que me aturdian aún mas, despues de aquel asqueroso olor a humedad y pobredumbre.El callejón oscuro y entre tinieblas hacia que mi mente rondara las mas diabólicas ideas sobre la maldad. Acurrucado entre bolsas de basuras que sobresalian del contenedor, logre huir de aquellos pandilleros que solo buscaban unos pavos por simple diversión. Solamente la imagen mental de mi bella amada hizo que sobreviviera a aquella dificil situación. Esa imagen me dio la fuerza y el valor para escabullirme.
A tientas
Posted on6 Septiembre 2009
Había quedado detrás de la plaza, justo donde nadie solía pasar porque estaba la salida de los cines porno, y la posibilidad de encontrarse con algún teórico en la materia con ganas de prácticas sexuales tenía un porcentaje demasiado elevado.
La premonición de esta hipótesis tan contundente aumentaba a medida de que las agujas del reloj se acercaban a la media noche… Por suerte para nosotras dos eran sólo las nueve de la noche, y era pronto para que los salidos y sádicos hubieran escapado de sus casas con las máscaras de Richard Gueres frustrados con su familia actual, y que por conocer a una mujer más íntimamente dilapidarían toda su vida, y hasta cambiarían sus formas más toscas por las mezquindades más macabras que se nos pudieran ocurrir; y todo esto, para que luego te des cuenta de que lo que llevaba el príncipe de tus sueños, no era una máscara de un disfraz veneciano, sino una careta de un personaje de Disney, que ocultaba que se le estuviera cayendo la baba como si fuera un caracol que tuviera erecciones por la boca.
Olvidando el tema, en cuanto ella llegó nos pusimos en ruta, y confesé a mi compañera de reparto que la razón de mi continua y ridícula sonrisa, no era porque estuviera orgullosa de mis dientes; le revelé que mi estado de ánimo se explicaba por mi próximo encuentro con Marcelo. El Director de la obra nos había reunido a los principales personajes porque quería perfeccionar unas cuantas escenas; entre ellas, las del beso y la metida de mano con el amor de mi vida.
-
¡Pero, qué inocente eres! Ese chico sí que es profesional… te besa a ti igual que lo haría a un kilo de anacardos… ¡No está coladito por ti! ¡Vete cambiando la perspectiva, guapa! -, exclamó Adriana en un ataque de sinceridad.
Fue una tontería decírselo. En fin, me pasé todo el camino al teatro, pensando que a ella también le gustaba Marcelo, y que no había hecho otra cosa que destaparme ante el mismísimo diablo.
Hasta estar con los demás, trivialicé con que si el tiempo no era el típico de Octubre, y de si en verano prefería el monte a la playa, y con todo el panegírico de las conversaciones representativas para un ascensor…
Así que luego fuimos entrando al teatro por la parte trasera, conjeturando yo por qué Adriana se había quedado charloteando con Marcelo a diez pasos, mientras tenía <<yo>>, un diálogo de besugos con el otro actor que era como el feo de los hermanos Calatrava, entre las miradas cómplices del Técnico de Sonido, y el Director y Productor de la obra, que íbamos a ensayar.
-
¡Muy bien, chicos! ¡Basta ya de coloquios vanos y frívolos! Nos vamos a poner ya con la tercera escena, va a haber unos cambios con la acción del beso entre los protagonistas… ¡Al escenario Susana y Marcelo! -, requirió el Director desde el patio de butacas.
Enseguida me presenté allí en medio con Marcelo. Fueron unas milésimas de segundo, pero creo que recé todo lo que me sabía para que no se le hubiera ocurrido cambiar los papeles o algo así. Sólo de pensar en los carnosos labios de Marcelo, cien mariposas gigantes de las de la Selva Amazónica revoloteaban histéricas por todo mi estómago, y los pelillos del brazo se me ponían tan tiesos como a los del niño del “Sexto Sentido” cuando veía a un muerto, igualitico, igualitico.
-
¿Pasa algo con el beso? ¿No hay suficiente pasión? Siempre le digo a Susana que se relaje, que todo tiene que ser más natural… – sugirió el Marcelo más pedante y perfeccionista.
Me estaba sintiendo mal, como si éste me echara la culpa de todo, pero es que es difícil aflojarse y bajar la guardia cuando tenías en tus brazos a un chico así. En fin, si quería lujuria y pasión la iba a tener…
-
No es eso, no, Marcelo. Es el Guionista, que ayer me propuso esto para darle a la obra posmodernidad y vanguardismo: que no abriéramos el acto no con un lánguido y soporífero beso, sino con una decadente, libidinosa y lúbrica orgía.
Se me cayó el mundo encima… No salían de mi boca las réplicas a esa funesta idea…
El Director argumentó que aunque no estaban todos los de la obra, quería ensayarlo primero para comprobar cómo quedaría la borrachera carnal entre los principales personajes de la obra.
A Marcelo se le veía dispuesto, así que no me quedaba otra que salir de allí muy dignamente sin tener que sufrir como mi supuesto chico se magreaba con todos los de reparto, o bajar la cabeza y aceptar cualquier cosa con tal de recibir uno de sus esperados besos. Me incliné por lo segundo, pese a que luego quizá me arrepentiría; y casi antes de que me diera cuenta, me encontré con Adriana con el culo en pompa y metiéndole la lengua a Marcelo hasta el esternón, a la vez que estaba embutiendo la mano por la bragueta del pantalón del chico sin más demora.
– ¡Qué loba la Adriana esta! ¡Y parecía medio lela! – alucinaba yo, sin saber por dónde entrar a la escena… tampoco me estaba apeteciendo, y permanecía allí sola como si me hubiera tragado una estaca.
Me pareció muy raro que el Director no me dijera nada sobre mi ineptitud, y lo busqué entre los asientos, desde donde se atribuía que nos observaría, pero no estaba. Podía haber ido al baño, o a refrescarse al bar del teatro… No era propio de él, eso de haberse ido sin avisar antes.
-
¡Chicos… chicos, parad un momento! ¡El Director no está! Es raro… -.
-
¡¿Qué dices, Susana?! ¡No seas tonta y sigamos con esto! -, exclamó Adriana, quitándose la blusa para que todos pudieran ver mejor sus protuberantes y perfectos pechos encorsetados en un sujetador de la cien.
-
Será mejor sin testigos, Susana… ¿Por qué no te acercas? – sugirió el feo completamente empalmado ya con los jueguecitos de Adriana en su pantalón estaba ya bastante… ¿hinchado?
Empezaba a repugnarme el seguir presenciando toda esa patraña que había comenzado como una obligación, y estaba degenerando ya en “un menasatrua” en el que yo, aunque quisiera incluirme, no tendría ni opción de tocar a Marcelo.
Me fui enfadada hasta detrás de bastidores con la intención de borrar de mi mente aquella foto de depravación y exclusión. No pasaron ni tres minutos cuando Marcelo vino a pedirme perdón generalizado por la falta de tacto de todos:
-
Tenías razón en que el Director ha desaparecido; el de Sonido también… Yo mismo he ido a buscarles y ni rastro de ellos -.
-
Ya… ¡pues lo tuyo sí que ha sido rapidez si además de eso, has terminado de follarte a la guarra ésa que yo creía mi amiga! -, solté a lágrima viva.
Hubiera salido corriendo si no me tuviera apresado por los brazos. Negaba que eso hubiera pasado, pero me dejó creerlo durante más tiempo del que pudiera aguantar, y no era capaz de mirarle a los ojos ya.
Le invité a que saliera y me dejara sola con mis pensamientos, pero en lugar de eso, fijó sus ojos azules en los míos, se acercó lentamente, y fundió sus labios con los míos en un suave y aterciopelado beso; convirtiéndose después en otros más salvajes y primitivos que me confirmarían que él me buscaba, de la misma forma que yo a él.
Estaba sentada en lo alto de un baúl, pero con los abundantes envites amatorios de Marcelo, corríamos el riesgo de perder el equilibrio, y caer al suelo. Decidió auparme y volcarme luego en un colchón viejo, que debía ser de los actores que la semana pasada habían estado interpretando el David Copperfield de Dickens, para desplomarse encima de mí, sin hacer demasiado ruido para que nadie se diera cuenta de nuestra travesura sin reflexionar.
Pude sentir el ardor de su sexo entre mis piernas, aunque Marcelo me quería entera para él, no sólo de cintura para abajo… Fue entonces cuando se entretuvo lamiendo mis pechos y gozando de mis excitados y provocados pezones, actividad que sólo dejó para colar su lengua por mi hendidura más privada.
Apenas podía mitigar mis exclamaciones de placer, pero no creí que fuera de bambalinas me hubieran escuchado, hasta que oí la ronca voz de Adriana llamando a Marcelo…
-
¡Marcelo, se han ido todos! ¡Pero, yo creo que podríamos seguir ensayando tú y yo! ¿Marcelo, dónde estás? ¿Marcelo? -.
Frenamos en seco. Yo quería continuar, pero Marcelo no podía concentrarse… Tras arreglarse la ropa y decirme que volvería en cuanto hubiera convencido a la otra para que se fuera, salió al escenario haciendo el papel de su vida, con tal de que Adriana no se enterase de que su elegido llevaba el sabor de mi vagina en su boca.
Mientras, yo esperaba ilusionada la vuelta de Marcelo, tendida en el colchón y probando la mejor postura para recibirle. Me pareció escuchar ruidos extraños, como si hubiera una pelea en el exterior o algo; no obstante, me relajé todo lo que pude pensando en el golpe de gracia que el chico tenía que darme.
Tardaba más de la cuenta, y me senté, un poco enojada. Cuando ya casi ni le esperaba, entró al habitáculo sigilosamente por la parte de atrás, y me tapó los ojos con una venda… Quise reclamarle su demora, pero sus dedos comenzaron a juguetear en mis labios, para luego dar paso a mi boca, en la que los dientes no representarían ningún obstáculo, ya que la abría y le chupaba pícara para que él pudiera después introducir su pene en mi expectante boca.
Entonces, me invadió una sensación rara… Como si ese pene no fuera el de Marcelo; era mucho más grande que el que yo previamente había palpado por encima del pantalón, pero con la venda bien apretada no era capaz de estar segura. Durante toda la felación, no hacía más que llevarme la cabeza cadenciosamente de su miembro hacia fuera como si fuera un nuevo baile de salón, pero en esos minutos no dijo ni una palabra; sólo su respiración acompasada terminó con un resoplido de éxtasis y placer al correrse en mi boca.
No podía aguantar más, y me quité la cinta para comprobar si era otro… No me equivocaba, era un hombre de unos cuarenta años, que cuando vio que lo había descubierto se encolerizó, y me ordenó que me pusiera a cuatro patas.
Zanjé hacer entonces como si la situación me estuviera excitando e hice lo que aquél me estaba pidiendo, y cuando más ocupado estaba buscando cómo penetrarme hice balance de una película que había visto hace tiempo, y le di un tremendo codazo en las tripas, a la vez que le coceaba el hígado y el esternón al sorprendido agresor.
De esta forma, salí a toda prisa casi como Dios me trajo al mundo, por la puerta que daba paso a los camerinos. Me angustié aún más al recapacitar en que enseguida se recuperaría, y con la intención de esconderme, pasé a un camerino de los que no tenían la puerta cerrada.
Tras atravesarla, me apoyé en ella y suspiré… para abrir los ojos luego, y volver al centro de la pesadilla… En frente de mí, y amontonados uno sobre otro, estaban los cadáveres del chico que antes había intentado coquetear conmigo, el de Marcelo y el del desaparecido Técnico de Sonido. Como pude, me resistí a gritar, cotejando que el asesino podría ubicarme si lo hacía, sin embargo me eché a temblar cuando el de Sonido se apartó de los otros muertos, dejando a la vista un reguero de sangre, y arrastrándose se acercó hasta mí, pidiendo ayuda.
-
Por favor, no te vayas… ¡No te vayas! ¡Tienes que ayudarme a salir de aquí! El asesino no tardará en dar con nosotros -.
-
Pero, ¿qué es lo que quiere? ¿Quién es? -, pregunté histérica.
-
No sé quién es; no le he visto en mi vida… Sólo sé que no mata a sus víctimas, nos deja desangrarnos hasta que morimos… de los tres yo soy el único que aún sigue vivo… Y no sé qué habrá pasado con el Director, le estuvo torturando para que le dijera dónde había escondido su caja fuerte, debe tener una gran suma de dinero allí… Y al no funcionar, nos secuestraba a todos uno por uno para matarnos y ver si decía algo… -, explicó escupiendo sangre al lado de mis pies.
No podía creer lo que estaba sucediendo. Levanté como pude al de Sonido y le ayudé a caminar… Salimos sigilosos del camerino, y dimos pronto con la puerta trasera.
Le dejé entre unos cartones, y volví a entrar al teatro…
-
Creo que sé dónde está la caja. Ahora vuelvo -, manifesté con altivez.
Rápidamente, entré otra vez por los pasillos de los camerinos, recordando que mientras había estado con Marcelo entre los bastidores, había visto algo parecido a un cajón que sobresalía del baúl, que presenció mi cuarto de hora más lascivo y torpe.
Al llegar, busqué un interruptor, pero no di con él; así que desistí de la búsqueda, y a tientas encontré la caja en aquel pesado baúl.
Corrí, dispuesta a salir de allí, y ver lo que contenía la caja… Concentrada estaba en mis pesquisas, cuando me di de bruces con alguien: era Adriana, que se quejó bastamente y me miró con un odio visceral, que me hizo tragar saliva antes de preguntarle qué hacía allí.
-
¿Tú qué crees, Susanita? Vas a darme la caja del Director… ¿No vas a hacerme enfadar, verdad? -.
En ese momento llegó su compinche, el mismo que antes aprovechó que tenía los ojos vendados para que le arreglara los bajos, y por sugerencia de ésta, le dio el cuchillo ensangrentado con el que habían matado a todos.
-
Si al final me vas a entregar la caja del Director, ¿verdad? Si me vas a servir para algo más que para calentar la bragueta de ese inocente de Marcelo… A propósito, le clavé el cuchillo en el pulmón cuando iba a buscarte, pero lo último que escribió en el suelo con su propia sangre fue mi nombre; así que lo siento por ti… Su último recuerdo fue para mí… o ¡qué caramba! No lo siento nada para ser sinceras,- rezongó Adriana.
Al parecer, Adriana tenía ganas de jugar conmigo y se me acercó furiosa con la intención de meterme el cuchillo hasta lo más profundo. Cuando menos lo esperaba, le cogí de la muñeca y se la retorcí.
-
¿Te hago daño? -, ironicé, orgullosa de casi salir del paso.
Su compañero quiso ayudarla, pero herida en su orgullo, rechazó el auxilio que le ofrecía, y le advirtió que se esfumara. Entonces, ella me golpeó fuertemente con la otra mano que le quedaba libre, y me desplomé en el suelo lejos de donde había caído el cuchillo.
Antes de que pudiera darme cuenta, Adriana ya lo había recogido, y se reía como una loca con los rizos derrumbándosele por la cara, mientras empuñaba el arma… Esperaba ya lo peor, cuando sorprendentemente comprobé que ella misma se clavaba el cuchillo en un lateral de su cuerpo.
-
Son efectos colaterales, Susanita… Nada que no se pueda remediar… -.
El otro asesino la recogió en sus brazos. Yo no entendía hasta que vi lo que ella debió ver antes…
La policía se aproximaba sigilosa por el pasillo de los camerinos, y vieron lo contrario de lo que tenían que haber pensado… Encontraron a Adriana desangrándose, y a su chico gimoteando a su lado… En frente, yo con la caja del dinero, levantada ya y dispuesta a largarme. Todo indicaba a que yo era la homicida que había atentado contra Adriana, cuando había intentado defender los caudales del asesinado, seguramente por mí, Director… Era lo más fácil creer esto…
No pude arrancar de mi sitio; era como si un yunque apresara mis piernas… Un guardia se aproximó con unas esposas, que era como si llevaran mi nombre grabado.
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PILAR ANA TOLOSANA ARTOLA
Al acecho
Posted on3 Junio 2009 Abroché el cinturón de mi falda, y me dispuse a salir de aquel cubilete… Había oído risas licenciosas, palabras entrecortadas, jadeos intermitentes, susurros mojados y lascivos, respiraciones desacompasadas en un principio y rítmicas después, como si entre todo se me quisiera notificar que fuera había una fiesta de placer y lívido desatados o una alegoría a la carne y al desenfreno… Daba igual, yo lo que quería era dejar esas cuatro paredes. No me decidía a salir de allí; reconocí que me había equivocado en eso de no esperar como el resto de las féminas, a que se fuera reduciendo la cola del baño de señoras. Total, por entrar al baño de hombres que solía estar desierto en esa discoteca, y en otras en las que había entrado, pensaba que no me iría a encontrar nada que pudiera asustarme o me sacara los ojos de las órbitas. Craso error, craso error…
Entreabrí la puerta del retrete, y verifiqué que no me estaba confundiendo con lo que me estaba imaginando. Estaban justo al lado de los lavabos; podía ver la cara de ella directamente, y la cara de él reflejada en el espejo… Le quitó la camisa nerviosa, y el chico en su afán fogoso abrió violentamente su vestido, haciendo que los botones que unían sus bordes, cayeran y rebotaran por los baldosines del lugar.
Habría apostado lo que fuera a que los pantalones de él estaban a punto de desmoronarse; yo sólo quería comprobar si el tatuaje de su espalda tenía algún tipo de límite, pero justo entonces se fue la luz, y aunque la pareja siguió en la oscuridad con su baile lúbrico, yo me sentí el ser más bajo y despreciable del mundo, al estar ahí espiando que dos desconocidos tuvieran o no un orgasmo. Además, me estaban esperando; era el momento perfecto para salir sin que los amantes me vieran.
Me dirigí hacia la salida de los aseos siendo lo más sigilosa que pude, pero no contaba con la rapidez con la que la compañía eléctrica iba a arreglar la avería, y antes de alcanzar el picaporte, la luz me sorprendió con los zapatos en la mano y adoptando una ridícula pose, mientras de puntillas intentaba espontáneamente volverme invisible.
No pude evitar girarme, para comprobar si me habían visto… Indudablemente, sí me habían registrado sus retinas; ella callaba ocultando su escándalo, y él con los pantalones a la altura de los tobillos, me miró socarrón, y tras pasarse la lengua por los labios me tiró un beso cargado de burla.
El portazo no se hizo esperar, pero por si acaso no abrí los ojos hasta que no llegué a la escalera.
Así pues, continué corriendo como si fuera una adolescente en apuros, por el estrecho pasillo que me conduciría a las escaleras, las cuales daban al camarote de Madam Boway. Me habían dicho que era la mejor bruja de Europa, y que sus videncias sobre la Segunda Guerra Mundial y los desastres de los grandes gobernantes eran legendarias entre los demás adivinos y hechiceros.
Mientras subía las escaleras iba pensando en lo que la bruja me había platicado antes de salir de su habitación, antes de que tuviera que bajar al baño:
- Siento decir que según las cartas, tu muerte es inminente, cariño. Tu tiempo es breve… -.
- Pero, Madam Boway… ¿No puede contarme nada más explícito? ¿Cómo voy a morir? ¿Por la noche? ¿Por el día? ¿Sufriré o no? No sé… -, planteé sentada en una triste silla con una mesa coja delante, donde el Tarot revelaba mi aciago final.
- Bueno, cariño… Las cartas no me dicen nada más, aunque puedo intentar que los espíritus me hablen sobre ello. Para ello, necesito quedarme a solas; ¿lo entiendes, cariño? -.
Acto seguido, dejé el angosto camarote, accediendo a que hiciera lo que quisiera con tal de que pudiera darme más datos sobre mi muerte.
Las luces de nuevo temblaban y otro apagón hizo que frenara mi subida a la estancia de Madam Boway.
Se me pasó por la cabeza dejar a la vieja esperando a que subiera. Con sus acondicionadas tarifas, ya había conseguido llevárseme más de la mitad de mi sueldo mensual. Entre todas las adivinas que había visitado en ese ultimo mes, y que no trabajaban exactamente por amor al arte, ya tenían suficientes cuartos, para prodigarse unas caras vacaciones al Caribe, a las Maldivas, o a donde les apeteciera emigrar a sus frívolas majestades.
Sin embargo, cuando la luz volvió, ya que estaba allí, decidí reanudar el camino para ver cuáles eran las explicaciones de Madam Boway. Encumbré, toqué a la puerta, y entré, al escuchar la aprobación de la vidente…
Ávida de información tomé asiento; Madam Boway me dio a entender con una rotunda mirada que no había tenido muchos éxitos con sus investigaciones de ultratumba… No obstante, añadió:
- Lo siento, cariño. Intenté traer a alguien de las altas esferas para que hablara contigo, y conseguir que nos aclarase algo más sobre tu fatal designio, pero los espíritus se negaron en redondo, aludiendo a que no querían interferir en el futuro de nadie. Sólo me dieron un consejo para ti, que ante lo que sabes, aproveches hasta el último segundo de tu vida… -.
Entonces me enojé, y tiré todas las cartas… y una bola de cristal que estaban encima de la mesa. Después del portazo que di, bajé las escaleras, prometiéndome a mí misma, que ésa era la última vez que pagaba por adelantado.
Me senté en los escalones que había al lado del baño. Pensaba en que todas las adivinadoras coincidían en pronosticar mi temprano fallecimiento; en un principio cavilaba que todo eran cuentos de brujas y fantasías de locas crédulas, pero, ¿y si tuvieran razón? ¿Y si la muerte se me estuviera acercando sinuosa? El consejo de Madam era conciso y cabal: “Aprovechar mi vida hasta el ultimo segundo”…
De repente, la puerta de al lado se abrió, produciendo un chirrido ensordecedor; y salió del baño la damita que se había dado aquel homenaje pasional con ese David de Miguel Ángel, tallado en sangre muy caliente y músculos insubordinables y ominosos.
Casi no me acordaba ya de que mientras yo estaba confirmando la proximidad de mi funeral, allí abajo estaban los dos fornicando como si no hubiera otro día para hacerlo, y fuera el ultimo orgasmo al que podrían recurrir en sus finitas vidas. La jovencita ni acusó mi presencia, y se fue moviendo las caderas hacia la pista de baile.
Poco después atravesó la puerta mi ardiente obra de arte viandante. Él sí que me vio, y se sentó a mi derecha, en la escalera:
- ¿Qué haces aquí sola? -, me dijo como si el momento en el que le había visto con los pantalones bajados, le diera derecho a saber todo sobre mí.
Fue entonces como si una gota de locura inundara mi conciencia… Se mezclaban pensamientos: estaba lo que no debía hacer… y lo que podía hacer. Debía seguir el consejo de Madam Boway, y aprovechar todo lo que pudiera… Por ejemplo… esto.
Sin perder más tiempo, miré fijamente a los ojos del David, y prensándole la cara con las dos manos, me lancé fieramente y le di un beso larguísimo, aunque sin suficiente sustancia, porque cuando estábamos a la mitad me dio por pensar que era un desconocido, y que lo que estaba haciendo no era lo correcto. Me quedé donde estaba, encima de él esperando su reacción; anhelando que no me rechazara, y tuviera que sentirme avergonzada.
A continuación, con toda la delicadeza que requería el momento, me apartó el flequillo del rostro, y me devolvió el beso más apasionado aún, mientras me acariciaba los cabellos y la nuca. Su lengua naufragaba por toda mi boca, como desesperada por llegar a algún sitio, y sus manos ya, habían caído hasta mis nalgas, que una y otra vez por encima de la ropa notaban como las poseía.
Entonces tuvimos que parar, me di cuenta que alguien bajaba. Era Madam Boway; creo que lejos de reñirme por ocupar su escalera, se alegró de encontrarme en semejante postura comprometida, con ese chico entre las piernas. Él decidió que ya que nos levantamos, cambiáramos de escenario.
Casi en volandas, me llevó al baño, y allí, sin dejarme decir nada empezó a besarme el cuello; primero suavemente, para luego morderlo, sin que yo pudiera hacer otra cosa que jadear excitada. Con todo, pude volver en sí unas décimas de segundo, y razoné en alto que el sueño de mi vida no era que un gracioso chulesco y jayán me lo hiciera en medio de unos lavabos públicos sucios y mugrientos.
Acto seguido, el David se quedó petrificado, y me arrepentí de lo que había pensado en alto. La verdad era que no había dicho ninguna mentira, pero estaba empezando a pasarlo tan bien que todo lo demás estaba de más.
David se estaba viendo reflejado en mis ojos… De pronto, tiró de mi mano, y me sacó de ese herrumbroso lugar. Especulé en aquel momento que nos confundiríamos entre la multitud de la discoteca, pero no… Subíamos las escaleras de Madam Boway…
- No entiendo qué es lo que estamos haciendo aquí -, mencioné con ganas de bajar de allí.
Tranquilamente, sin despeinarse siquiera, dio un empujón a la puerta del camarote y se abrió fácilmente. Dudé si era lo mejor entrar allí, pero David no me dejó pensar, y para cuando me quise dar cuenta, me había derribado en la cama, y poco a poco me iba desnudando a la vez que yo le iba quitando la ropa a él.
Al tiempo que los dos nos habíamos ido quedando desnudos, él no había parado de besarme y de jugar con mis pechos escabrosamente casi, haciendo que casi me desvaneciera, soñando con que aquellos instantes no acabaran jamás… Abandonó esta empresa, con el único fin de palpar mis muslos sedientos de él, y en cuanto pudo comprobar que mi sexo estaba húmedo y preparado para que me hiciese suya, sonrió conforme, y yo que me incorporé, me percaté de su miembro erecto. Me impresioné al verle tan febril; no opuse ninguna resistencia a que me apartara las piernas, y me penetrara con fuerza, como si supiera que no iba a haber otra vez… Realmente, para mí no, al menos…
Los movimientos rítmicos y taimados de David acompañaban a sus pronunciadas respiraciones, mientras la música que subía desde la discoteca desaparecía de mis ondas auditivas, y más tarde de las cerebrales para extasiar nuestros oídos con gritos y voces de placer que al unísono, se confundirían en un gemido animal que nos hiciera renovar el espíritu.
Por primera vez en mi vida, no se me hacía incómodo mi sudor; tampoco el de David, que acostado a mi lado, repetía una y otra vez que le había dejado agotado. Pese a ello, se levantó de la cama para preparar unos tentempiés e irrigar nuestros consistentes cuerpos con sendos vasos de agua.
Debí dormirme después…
Al despertar, apenas pude interpretar dónde estaba… Seguía desnuda, y el frío del agua que me rodeaba hacía que se abrieran los poros de mi piel.
Quise salir de la bañera. Entonces, Madam Boway se asomó y volvió a sumergirme… Lo último que recordaba era la fragancia fresca de aquel chico con el que me había acostado; con lo que no acertaba a colocar ahora a la bruja en mis visiones.
En busca de interferir ante sus devastadores intentos de ahogarme, hice un lastimero conato por salir de mi líquido y acuático ataúd, y pude tomar así una gran bocanada de aire. Yo era más fuerte que Madam Boway y no iba a poder conmigo ahora que había avivado, seguramente antes de lo que ella había previsto.
Al poder incorporarme comprobé que no estábamos solas… Todas las demás videntes a las que había consultado, y que habían determinado mi próximo fallecimiento estaban allí, y se abalanzaron para hundirme de nuevo.
Cada vez más débil, noté como se cerraba mi respiración, y mis ojos se volvían vagos y perezosos… Las asesinas iban a ver cumplidas sus profecías; iba a convertirme en un “bonito cadáver neorromántico”.
Me dispuse a rendirme, pero la noche me reservaba más sorpresas, y me pareció que alguien más se asomaba para ver si todavía quedaba algo de potencia en mis fatigados músculos, por la que pudiera esforzarme en salir del agua… Entonces pude distinguirle entre los rostros femeninos, mientras Madam Boway y él se prodigaban miradas cómplices y de camaradería: David la acariciaba a ella, sin importarle que yo estuviera agonizando en aquella bañera, a efectos, mortuoria…
No había remedio, me dejé vencer…
PILAR ANA TOLOSANA ARTOLA
Vértigo a los andenes
Posted on8 Abril 2009Vértigo a los andenes
Como el rocío temprano de un cantamañanas,
como esos ojos vidriosos que despiden trenes,
como alergia a pañuelos, vértigo a los andenes,
como el sello usado y relamido de una carta
atrapada, perdida, rastreando tus traviesas,
como cajas mugrientas con objetos culpables,
como viejos recuerdos guardados en desvanes,
como esas fotos que se quedan amarillentas.
Las estaciones destrozaron el calendario,
todas las horas, una a una, se fueron marchando,
quedó desprotegido el pórtico del Olimpo.
Cupido huyó, Afrodita cobraba un salario,
las musas cruzaron la frontera hacia otro lado
y el destino, en un descuido, dejó entrar al olvido.
Martes 10 de septiembre de 2002
Publicado en Raiola nº 8